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Gripes

Tengo en mi mano derecha un frasco virtual pequeño, aparentemente vacío. Aparentemente. En él, saltando y lanzándose de un lado hacia otro, cogiendo impulso diabólico, pequeñas partículas, invisibles al ojo humano, llamadas virus, pertenecientes al grupo de virus ARN y concretamente, al subgrupo de los Orthomyxoviridae, que es un club con muy mala uva. En realidad, es un frasco virtual donde he encerrado los virus virtuales de mis gripes que, al igual que De Niro frente al espejo, Rita Hayworth quitándose el guante azul o el gran Pacino besando a su hermano, se han convertido en leyenda.

Las gripes han sido importantes en mi vida. Han sido fieles y leales amantes de mis inviernos. Nunca podré reprocharles nada -quizá su "virulencia", tal vez su abrazo cálido y sudoroso a base de termómetros por las nubes,...- porque siempre llegaron cuando uno se sentía en la soledad de la salud, en la lejanía de los otoños sanos, porque nunca me defraudaron y me trajeron otros mundos, otros planetas y mucha mucha mucha química, así como me invitaron a magníficos chupitos de jarabes de distintos sabores, de entre los que destacaré aquellos de color rosa y textura de Baileys y granadina que parecían llevarle a uno en volandas a una nube del placer gustativo.

Su irrupción en mis distintas rutinas llegó desde las más diversas y curiosas maneras: después de algún partido de fútbol verdadero - de ese que se jugaba cuando éramos niños y decíamos "yo me pido Platini" y otro exclamaba "yo me pido Camacho"...- sudando como pollos, a dos bajo cero, revolcándonos por los suelos y gozando mientras nos rebozábamos con energía en formidables y míticas lagunas de barro de algún parque cercano; o bien entrando y saliendo de alguna boca del infierno -que suelen ser los Corte Inglés de la capital-, entrando a esos 40º asfixiantes y saliendo a esos -5ºC con total tranquilidad y alegría española; o llegando a casa de aquel colegio con...ge.......la...........do y estampándome, de golpe y porrazo, con aquel experimento -para la época- de la calefacción eléctrica que, el cachondo de mi abuelo, puso a todo trapo desde el primer día y que nos tenía en camisetas de tirantes todo el invierno. 

La gente se extraña aún cuando se me enreda al cuello una de esas cariñosas gripes con sus brazos gelatinosos y verdes. Lo entiendo. Es curioso: todos los años viene, porque es una amante fiel, puntual, y siempre me sorprende, como si no la esperara. 

En fin, tomemos ese frasco virtual e introduzcámoslo en uno de esos cachivaches de laboratorio con forma de frigo combi, a -70ºC y dejemos que se suba a la máquina del tiempo y aparezca en el futuro, donde, amantes como ella, estarán ya erradicadas, para que renazca su fiel y devota especie y devore y se nutra de adn por toda la eternidad. 

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