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"La llamada de la naturaleza"

En este viaje de actualización que he emprendido, a pesar de tener un objetivo principal como es el de enterrar ese bagaje de mi pasado que tira de mi hacia atrás, he de recordar también buenos momentos. Hoy toca recuperar algo del fondo del baúl. 

Según algunos pueblos amerindios cada persona tiene un totem, o un espíritu animal que le lleva poco a poco, paso a paso, por el camino de la vida hacia un destino determinado. Si he de ser sincero mi espíritu totémico debe de ser un patoso ornitorrinco o, el de un no menos apocado oso hormiguero; pero a nadie le interesa, en estos tiempos que corren la sinceridad, de ahí que seguramente, mi espíritu totémico es el de un lobo, un gigantesco y majestuoso lobo gris. ¿Que cómo me atrevo a asegurar esto último? Bueno, como sucede con las pringosas y pantanosas aguas de la profundidad del alma -empleando la jerga de alguna poetisa complejísima- todo es muy confuso y, de igual modo que no habéis cuestionado ni por un segundo las dos primeras opciones, ¿por qué cuestionar ésta última? 

Tenía 15 años cuando, harto de leer Galdós, harto de leer descripciones pormenorizadas de habitaciones siglo XIX en párrafos de Proust, Zola, Dostoievskyi, me puse a buscar algo distinto en las bien surtidas estanterías del estudio. Me topé, druguitos míos, con muchos y muy buenos volúmenes: "Big Sur", "El ruido y la furia", "El tambor de hojalata", "Las ninfas", "Guerra y Paz", "La cartuja de Parma",... Todo lo necesario para pasar las tardes interminables del invierno. Pero, más allá de toda esa amalgama de retratos de civilización, de domesticación, aparecieron dos volúmenes formidables, increíbles, fundamentales de mi vida: "Moby Dick" y "La Leyenda del Lobo Cantor".

Melville me dio las pistas necesarias para comprender mucho y muchas cosas del mundo que me había tocado vivir: la locura, la invisible mano del destino, la diabólica naturaleza del hombre -que, en palabras del ronin Itto Ogami, "el Lobo Solitario", que acabó con innumerables clanes mafiosos y caciques del Japón del XVII, "nunca se sabe de lo que es capaz un hombre" -, respeto al mar y a las criaturas de sus moradas profundas. El viejo Melville se quitó su gabardina de "escritor de relatos de niño" y me enseñó, mediante un uppercut metafísico, que escribir sobre un monstruo marino blanco como la nieve, no es, necesariamente, sinónimo de escribir para niños; al contrario: aquellas páginas eran un mensaje cifrado y atemporal para aquellos que quisieran leer entre líneas: el monstruo no era aquella ballena que emergía como una isla nevada para zamparse todo aquello que se le pusiera a tiro, sino el capitán Achab, al que parafraseo: "...Moby Dick vació este cuerpo mortal y llenó de odio mi alma..."; lo monstruoso no era ver el fulgurante resoplido de aquel descomunal cetáceo sino la locura de los hombres que seguían a ese capitán loco hasta la tumba de unas profundidades horriblemente abisales. 

George Stone, por su parte -¡mi gran y amadísimo George Stone!-, llenó de vida mis mustias tardes invernales. Recuerdo que no fue un año fácil en el instituto; yo cursaba 2º de B.U.P. y me aislaba a menudo; no sé por qué; tenía amigos y buenos compañeros y la tensión del primer año se había esfumado. Pero procuraba la soledad como un tesoro que debía proteger sobre cualquier cosa.  Lobo Gris, expulsado de su manada por no interesarse por los mestieres de los machos alfa, la caza, la escala de mando, etcétera, vagaba por las Rocosas, entre los USA y Canadá, soñando con Dirus ("el Gran Lobo Terrible", el anciano y vetusto lobo mítico con el que la raza de los lobos cantores soñaba desde tiempos inmemoriales; una suerte de profeta, una suerte voz genética que aconsejaba a las nuevas camadas de cantores en sus devenires), disfrutando de maravillosas panorámicas de cumbres nevadas, de laderas repletas de pinos, de arroyos descongelándose en primavera, de caribúes migrando, y no sabía qué buscar, ni cuál era el objeto de su larga marcha, tampoco el rumbo. Yo era Lobo Gris, y me separaba de la manada, y vagaba solo, disfrutando de aquella intimidad natural, y sentía, al igual que él, la llamada del Gran Cantor, la llamada de Dirus, sentado y alzando su hocico para olisquear el viento de esa alta cumbre desde la que regía todo el mundo a sus pies; el lobo cantor era yo, aún lo soy, y, de tarde en tarde, me da por escribir estos pequeños aullidos, obedeciendo a un instinto que me ha sido muy difícil de acallar. Lobo Gris encuentra al otro lado de las Rocosas a una magnífica y amorosa loba; yo también tuve que ir más allá, al otro lado del mar, y, a los pies de otras montañas heladas, encontré a Annamaria. Y mi destino será el mismo que el de Lobo Gris: 

"...Dirus no había sido nunca tan real, tan próximo, tan vital. Lobo Gris comprendió que, por primera vez, estaba con Dirus. Estaba... Había vuelto al pasado.

Eternos bloques de granito recibieron su cuerpo. Y el Universo se dilató un poco..., una vez más." 
                                                                                                George Stone. "La leyenda del Lobo Cantor"


En una mañana como la de hoy, cuando las polucionadas y contaminadas ciudades del mundo viven sumidas en un estrés de compra venta, de oficinas y reclamaciones, de teléfonos y faxes, de atascos, cláxones, y atropellos, y visitas a doctores, análisis de sangre y orina, trámites en oficinas gubernamentales, y demás elementos necesarios para sufrir nuestra existencia cada día de un modo razonable, he decidido tomarme un respiro, pegar un salto y recuperar del baúl el mar y la montaña, sentirme de nuevo ese lobo majestuoso, dar rienda suelta al totem, y corretear como un cachorro por las laderas de las montañas al deshielo primaveral y al suave arrullo de los sonidos de la foresta. ¡Un hurra por todos aquellos que nos tomamos cinco minutos al día para regresar al estado primigenio, a la naturaleza que, como una mamá preocupada, siempre nos está esperando y nos recibe con los brazos abiertos!



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3 comentarios:

Lorenzo Garrido dijo...

Desde que vi tu perfil, me dije: "Este tiene pinta de lobo..." ¡Es broma! Es cierto que algunas lecturas nos acompañan y forman nuestro carácter. A veces lo leído tiene para nosotros más peso y existencia que lo vivido. Un abrazo.

montse dijo...

Bueno, si algo admirable tiene el lobo es que no juega con la comida, guarda lo que sobra y no caza si no es que tiene hambre. Es más noble que otros animales, de cuatro o de dos patas.

Alvaro dijo...

En aquel momento de mi vida fue una revelación; es decir, leí muchas y muy buenas cosas, pero, aquel humilde volumen de la editorial Plaza & Janés, con portada de José María Gironella, supuso la epifanía, entendí que yo era Lobo Gris, y que mi aislamiento respondía a esa misma incomprensión hacia otros muchachos que sólo se preocupaban de sus zapatillas de marca, discotecas y cubatas, y de las niñas pedo que se les acercaban en los descansos; a mi, por supuesto, también me interesaban las titsas, pero, ¿por qué no decirlo?, también intentaba formar mi "descentrado" cerebro, después de un primer año de instituto nefasto, traumático. En aquel lejano 2º de BUP intenté centrarme, y, no encontré nada mejor que la lectura para ello. Aquel libro me esperaba como... un grial de páginas amarillentas y deliciosamente olorosas; recuerdo que encontré en la página 135 una margarita seca que, seguramente, mi madre, cuando lo compró (en algún puesto del Rastro), puso a secar ahí muchos años antes.

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