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¡Descubierta!

Ayer tuve una pesadilla. Volví a estar sentado en la sala de estar de nuestra vieja casa de Villalobos. Junto a mi, sentado y con los glasos tintineantes, un niño de siete u ocho años, de pelo castaño claro y despeinado, me miraba; permanecimos durante largo rato estudiándonos, inmóviles y, finalmente, tomó mi mano con la suya, pequeña, minúscula, rolliza y volvió a mirar al frente, no ya a la mesa donde reposaban sus cuadernos de ejercicios y algunos libros de EGB de la editorial Anaya, sino a la puerta de cuarterones, que estaba cerrada y, a través de sus cristales, dejaba entrever las profundidades de un pasillo sumido en unas penumbras horribles, impenetrables. De repente, como si fuera un autómata o una marioneta, se acercó sin quitar su mirada de la puerta, a mi oído y susurró: "Está esperando". Volví mi mirada hacia la puerta. Me levanté, avancé lentamente, y, la abrí. Extrañamente el pasillo estaba en una calma que me recordaba al olor del día después de la muerte de la abuela Fabiana. Giré sobre mí mismo y me enfrenté a aquel salón, allá lejano, aunque no tanto como lo recordaba, y a aquel corredor sumidos en una negrura maligna. Yo sabía lo que iba a suceder; es decir, en el sueño, yo era consciente de lo que sucedería, a lo que me enfrentaría, pero era como quien va a ponerse una vacuna y tiene pánico a las agujas: o se pone la vacuna a pesar del pánico al picotazo o le espera un invierno repleto de fiebre, toses y flemas. No había pasado demasiado tiempo cuando, de aquellas tripas negras de la casa surgió un rostro blanquísimo, de labios negros, de cabellos horriblemente negros, de ropas diabólicamente negras y avanzaba poco a poco como si no tuviera pies, sino que se deslizara sobre unos raíles pre-establecidos; era la figura femenina que me había atormentado durante muchas noches de mi infancia. No me moví ni un ápice, relajé mi cuerpo -como recordaba que recomendó el bueno de Musashi Miyamoto en "El libro de los Cinco Anillos" y me preparé para esquivar todo tipo de contacto físico y efectuar un contragolpe rápido, eficaz; ella se acercaba, y creo, supongo que se sorprendió un poco, al ver que no vacilé; sus ojos negros me estudiaban y se daban cuenta de que yo "ya" no era yo, o aquel "yo" que estaba sentado en la sala de estar, aquel "yo" perdido en el miedo, naufragando en la miserable huida. Cuando llegó hasta mí, descubrí que no podía hablar y, sólo en mi desesperación, pronuncié una palabra "¡MET!" y, como si un millar de hombres situados en el salón hubieran tirado de una cuerda invisible atada a la cintura de aquella criatura, ella salió despedida de un modo antinatural hacia atrás, absorbida por la propia oscuridad. Regresé a la sala de estar: el muchacho estaba de pie, junto a la puerta; lo había visto todo; se abrazó a mi y puso en mi mano una cinta de vídeo donde se podía leer... "Cortos de Chaplin"; entramos a la sala, y comenzamos a visualizar aquella sarta de cortometrajes. De repente, en uno de los cortos: "Charlot, encargado de bazar", apareció ella, aquella figura femenina, aquel monstruo de mi infancia, aquella horrible depredadora de mis peores pesadillas, portando unos horribles anteojos y con esa misma expresión de voracidad, de depredación salvaje. El niño me miró mientras señalaba a la pantalla y dijo: "Es Ella". 

Ella.
Desperté. Comprendí que no fue un sueño al uso y anoté enseguida, antes de ir al trabajo, punto por punto del mismo. Ayer estaba demasiado petrificado como para buscar en google información sobre esos cortos. Hoy lo he hecho. Resultado: efectivamente, era Ella. Su nombre: Charlotte Mineau. ¿Por qué me atormentó en mi niñez? Quizá porque vi cientos de veces aquellos cortos y su imagen se metió en algún rincón de mi cerebro y se atrincheró con sus armas de espectro. Aquel niño del sueño era mi "yo" de ocho años que quería, quizá en algún plano de la realidad, pedirme ayuda para seguir con su vida y sus noches y poder dormir tranquilo y transitar por aquellas estancias sin miedo, y por ello, me dio la clave: me instó a enfrentarme a ella, y una vez dado el paso, me dio la solución (la cinta de video). 

Caso cerrado. Ayer, en aquella pesadilla finiquité el tránsito de esa sombra por una casa por la  que, por otra parte, siento un gran afecto. Me siento limpio, renovado, como recién nacido.

2 comentarios:

Lorenzo Garrido dijo...

Del mismo modo que tu 'yo' niño ya no es tu 'yo' de ahora 'ella' de entonces, monstruosa, depredadora, horrible, ya no es 'ella' de ahora, un personaje de un corto de Chaplin.

Alvaro dijo...

Esa puede ser una opción. Pero también puede ser que ella siga siendo una depredadora de mi infancia, pero bajo la luz de la razón y la madurez (¡¡¿?!!) decide regresar de nuevo a ese mundo de celuloide y 16 ips.

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