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El frío verano, Udine, y los vestigios para un futuro postnuclear...

Es Julio; llueve y hace frío. No me desagrada. Al contrario: quienes me conocen saben que el frío me encanta y que, a partir de 20º, sufro como un oso polar en el Serengeti. Pero hoy, mientras atravesaba con el bus toda esa amalgama de fábricas y antiguas torres de vigilancia dejadas por el imperio soviético de un cabalgante color anaranjado -fruto del diente del óxido sobre la pintura verde pistacho obscenamente militar-, recordé que, en otros tiempos, también en otras latitudes, el verano era una simple anécdota que se colaba de improviso entre meses y meses de frío; está bien, aquí el frío viene de las estepas rusas y allí llegaba con abono de temporada desde las heladas cumbres de la Carnia, pero el efecto era el mismo: dos estaciones, "frío" y "más frío". Claro que allí, y tal vez debido a ese exceso estético, no había fábricas ruinosas a manera de pirámides industriales para la posteridad, y uno "casi" no necesitaba del transporte público, del público tour por las ruinas del bloque socialista, y caminando durante quince minutos uno pasaba de las agrestes estampas de Colugna y Rizzi -donde emergía la silueta del estadio del Udinese- a las callejuelas siglo XIV de Udine.

En un intervalo de ocho años he pasado de los callejones adoquinados, el almohadillado rústico de los edificios señoriales, las logias tardo góticas y las huellas de un mundo prominentemente veneciano a estos fantásticos vestigios dejados, esparcidos por las afueras de este antiguo bastión del bloque socialista; la entelequia soviética dejó estos monumentos industriales como restos de un mundo desaparecido, y basta coger un autobús -uno al azar- en Örs Vezér Tér para hacer una peregrinación extraña, sobre las ruedas de un Icarus -reliquia ronroneante-, por todos esos lugares. Por ejemplo; si uno toma el 97E, el 161, o el 169E desde el intercambiador de Örs Vezér será testigo de cómo, en el margen derecho, apenas un par de calles más allá de este conocido centro neurálgico de la capital magiar, se yerguen sobre lo que hoy es una pradera delante de un bosque tupido de olmos y abedules viejas torres de vigilancia soviéticas, oxidadas, silenciosas, pero que parecen aún tener soldados fantasmas que observan con interés el desarrollo de la vida de los nativos; un poco más adelante de este primer bosquecillo encontramos la empresa Egis y una fábrica contigua digna de cualquier buen relato sobre el imperio socialista que se precie: por aquí y por allá enormes tubos metálicos que suben y bajan retorciéndose y rodeando los distintos edificios que componen el complejo industrial, así como pasarelas sobre los mismos, escaleras que se alzan sobre silos metálicos, chimeneas de gruesas franjas rojiblancas surgidas de las entrañas de la tierra,... en fin, un parque de atracciones para cualquier creador de videojuegos ambientados en la guerra fría o en un planeta post apocalíptico. Más adelante, siempre en la Keresztúri Ut,   nos toparemos, esta vez en la margen izquierda de la calzada con todo ese submundo de los negocios suburbiales, o sea, venta de coches de segunda o tercera mano, venta de piezas de coches, desguaces, un llamativo negocio de tours en limusinas rosas por el centro de la ciudad, viveros, frutas y hortalizas frescas... y así en sucesión larguísima hasta llegar a otra imponente obra de arte industrial del período del telón de acero: una enorme y desafiante estructura pintada de ese amarillo que sólo el Achtung! Verbotten! es capaz de darle a un lugar, sostiene un imán gigante bajo el que se extienden pequeñas pero contundentes montañas de amasijos de metal (chapa de coche, piezas de motor, lavadoras destripadas, frigoríficos escuálidos, miles y miles de kilos de ferralla, puertas dobladas de metal, enrejados inservibles...). Y más y más torres de vigilancia que parecen servir de eterna escolta a la calzada, situadas cada tres o cuatrocientos metros... Todos estos extraordinarios vestigios de un pasado formidablemente industrial se encuentran en un marco chocante, distinto, impertérrito: bosques, pequeñas veredas, humedales... La naturaleza fue invadida en su día por el martillo y la fábrica y hoy son éstos últimos los que se ven conquistados, como por lenguas verdes con extrañas fragancias de clorofila, por aquélla. ¡Qué formidable legado para ese futuro que está a punto de llegar! 


Se crearon imágenes para el futuro y yo, cada día, tengo el placer de atravesar calles y calzadas donde se alzan estas pirámides del período soviético, estos colosos de la era cosmonáutica, estas infraestructuras de la experimentación llevada al poder. Pasear entre ellas es ser testigo de un fracaso, de una invasión y de un sometimiento: fracasó el socialismo y las matemáticas al poder; llegaron los USA con sus promesas de grandes marcas, zapatillas y ropa deportiva de marca, con sus jugosas fotos de hamburguesas y la conquista de las esquinas de la vieja Europa a base de establecimientos de fast-food, nuevas necesidades y mucha oferta y mucha demanda y ¡libertad para todo el mundo, que invita el tío Sam!; y los húngaros, que esperaban demasiado de esa libertad a base de coke y pepsi , de series con personajes gilipollas para públicos gilipollas, se llevaron las manos a la cabeza cuando asomó el lobo detrás del pastel con su cara de desempleo, endeudamiento público, deuda externa, y todo es vocabulario indescifrable por el que nunca se tuvieron que preocupar cuando tenían curro seguro, cuando tenían formación asegurada -universitaria o profesional-, cuando tenían paro cero, cuando tenían asegurada la vejez y todos eran simples números y no tenían que competir entre sí, y esas cosazas del liberalismo salvaje. ¡Qué se le va a hacer! Yo, que estoy cambiando asquerosamente y me estoy volviendo estúpidamente más optimista cada día, veo que la llegada de los USA y la caída del Sputnik -y de algunos pedacitos de la MIR- han dejado estos vestigios para las generaciones venideras. Seguiré disfrutando de este planeta antes de que caiga un gigantesco calabacín metálico que, con 20 gigatones, nos mande a todos a los rincones más dispares de ese buio universo que parece habernos esperado desde que nacimos... ¿Qué haréis vosotros? 

1 comentario:

montse dijo...

Debe ser sobrecogedor pasear por un sitio de esas características.

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