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Savonarola


Un viaje con Javi es siempre una experiencia única. A él, y tengo que decirlo claramente, le debo mucho. Gracias a su amistad supe de la existencia de personas capaces de decir "Sí" o "No", de tener las cosas claras en cada momento, de decir "me gusta" o "no me gusta", sin medias tintas, no como muchas de las personas que conocí o me ha tocado conocer después de él, o sea, de esas a las que simplemente les comentas que el viernes tal o el sábado cual te gustaría que vinieran a alguna fiestecilla y te responden "no sé, bueno, si eso te llamo". Javi nunca me torturó con estas gilipolleces de hortera "quedabien"; cuando quiso venir a alguna fiesta dijo "pues sí, voy" y cuando no quiso porque le esperaba alguna orgía de "jevimetal" y torrentes de cerveza en el "Orion" o en "La Hermandad", no tuvo problemas en decirme un "no" rotundo, redondo, descomunal. 


En tercero de carrera, muchos proyectaron un viaje de ecuador. Pocos se pusieron de acuerdo. No lo tengo muy fresco en la quijotera pero creo que un grupo bastante surtido de ovejas decidió lanzarse a las piedras griegas, a ver paisajes de matorral bajo, muchas rocas, muchas langostas, mucho pestazo a pescado, mucho Theodorakis y algo, sólo algo de Mar Egeo; cierto, entraron en el Partenón, pero de milagro. Bien, cuando aún se estaba cocinando en el horno el "greek trip" Javi se me acercó después de una clase.

- Yo no pienso ir -dijo.
- Si tú no vas, macho... yo tampoco.
- Bueno, pues nos buscamos la vida por nuestra parte. 

Buscarse la vida a la hora de viajar con Javi significaba que su padre, que es un tío realmente de fenómenos, ante el que la burocracia y los obstáculos de funcionariado y papel no son más que pequeños vientecillos de verano, iba a encargarse de buscarnos un vuelo y un hotel. O sea, que tan sólo nos quedaba por decidir el lugar, el destino. En el mismo instante, nos miramos, sonreímos y dijimos casi con total sincronicidad: Florencia. 

Bien, el 2 de agosto de 2001 llegamos a Termini. Los diarios, tanto españoles como italianos, sólo hablaban del pase de Zidane de la Juve al Madrid. Termini seguía siendo la misma cloaca que recordaba. Una estación con bastantes vías, mugrienta, repleta de albaneses con intenciones nada claras y muchos -y cuando digo muchos quiero decir MUCHOS- ociosos que merodeaban como los leones alrededor de una manada de cebras. 

Recuerdo que subimos a un eurostar, vagón de 2ª clase. Nos sentamos y confiamos en la palabra de la "Ferrovia" italiana que aseguraba que esa serpiente de metal cubriría el trayecto Roma Termini -Firenze Santa Maria Novella en tan sólo una hora y tres cuartos. Yo, que ya conocía el pelaje de los trenes italianos pensé para mis adentros "Ya, ya.... dos horas. ¡Eso hay que verlo! ¡Pobre Javi! El hombre ni se ha traído un libro pensando que esto será un abrir y cerrar de ojos. En fin, sólo es cuestión de esperar y confiar en que sea él y no la voz de la experiencia quien tenga razón".

De momento, llevábamos una hora y cuarto y estábamos aún en las cercanías de Orvietto. O sea, punto para mi. Justo cuando pasamos dejando a nuestra derecha la magnífica montaña donde se yergue la ciudad medieval antes citada entró en nuestro vagón un tipo vestido de cazador, con chaleco verde de camuflaje, pantalones y gorra elegantemente a juego. Llevaba dos periódicos ligeramente plegados y, entre ellos, algo; un algo sospechoso, que ocupaba un espacio prominente pero que, a juzgar por el portador, debía pasar lo más inadvertido posible. Se sentó en el grupo de cuatro asientos junto al nuestro, a nuestra izquierda. Mientras tanto, frente a mi un tipo leía "La Reppublica" y, en portada, junto a Zidane, un titular advertía sobre la última actuación del Unabomber italiano, un terrorista o psico killer de última generación. Comenté con Javi lo del Unabomber y él, que estaba observando al tipo vestido de cazador observó que, entre los periódicos había algo de color negro y brillante que parecía el cañón de una beretta. Me hizo un gesto para que me aproximara a él y me dijo que aquel tipo era el Unabomber. Sus ojos ratoncillo se abrieron de forma descomunal; yo observé a mi izquierda con disimulo, como si quisiera ver el paisaje a través de los amplios cristales de la izquierda y, efectivamente, bajo los periódicos había algo que, podría ser un revólver. Estuvimos en ascuas hasta que llegamos a Firenze Campo Marte, donde el tipo se levantó, tomó los dos diarios y descubrió lo que había debajo de ellos: dos teléfonos móviles negros, de los que había en aquella época con las típicas y prominentes antenas, una de ellas apuntando directamente a nosotros. Javi respiró. Sudaba como un pollo en el infierno.

Llegamos a Firenze, desde Santa Maria Novella tuvimos que caminar un rato. Javi no conocía Firenze así que, gracias a que yo sabía el entramado urbano como la palma de mi mano, en veinte minutos nos plantamos en el hotel. Subimos por la Via Panzani hasta el Duomo, giramos a la izquierda por la Via Cavour, luego nos metimos por la pequeña Via della Parte Guelfa y derechitos hasta la Piazza della Santissima Annunziata; de ahí era simple: Via della Colonna, hasta la Piazza D'Azeglio, y a la izquierda por la Via Vittorio Alfieri, hasta el número 9. Hotel Losanna. Primer piso. En realidad, una pensión de una viuda sesentona muy simpática, con un hijo homosexual que le dedicó todo tipo de atenciones especiales a Javi durante nuestra permanencia. 

La primera tarde paseamos por Santa Croce y su tranquilidad de otro mundo; Dante y sus tres metros y medio de piedra observaban cómo el sol moría de risa ese atardecer rojo rojo, dejándose esquirlas y rubíes en los distintos balcones y ventanales. A eso de las nueve dije a Javi: "Vamos a ver qué se cuece por la Signoria" y Javi asintió. Llegamos a la Signoria y nos sentamos en sus escalones, dejando a nuestra izquierda la magnífica arquitectura de los Ufizzi, y delante de nosotros la Logia dei Lanzi con su Perseo triunfante de bronce, el palazzo del Generali. Recuerdo cómo, en el último estertor del sol, Javi sonrió y exclamó, mientras se colocaba sus gafas con ese gesto tan suyo, "¡Esto es vida! ¡Qué ciudad! ¡Y que luego Gallardón venga diciendo que de Madrid al cielo! ¡Pero si en Madrid sólo hay seis o siete cosas realmente interesantes! El Paseo del Prado, el Museo del Prado, el Reina Sofía, el Thyssen, el Retiro y el Palacio Real... ¡Como si la gente viviera en el metro! Pero aquí, mires adonde mires, tal vez no tengas el transporte público de Madrid, pero ¡a quién le importa!". "Yo aquí sería felíz", le dije. 

Mientras estábamos en estos asuntos, unas japonesas pasaron junto a mi, una de ellas me guiñó un ojo y sonrió traviesamente. Se sentaron en la repisa de granito de la Logia dei Lanzi y me acerqué a ella; "Hola, ¿me has guiñado o me lo he imaginado yo?", "¿Tú qué crees?", me respondió. Yo pensé en ese momento "¡Madre mía! No me lo puedo creer... Las invitaré a ir a tomar algo esta noche. Además, con lo que le gusta lo japonés a Javi..."

En ese momento, la voz de Javi me llamaba desde la escalinata del Palazzo della Signoria. Me excusé delante de aquellas geishas exóticas y divertidas y me acerqué a Javi. "Álvaro, este tipo quiere algo. No sé qué me ha dicho". Junto a él, un anciano con una bicicleta con transportín y cesta repletos ambos de botellas vacías de vino, con un pañuelo en la cabeza, anudado justo bajo el mentón, me hacía un gesto para que me acercara. 

- Di dove siete? (¿de dónde sois?)
- Siamo spagnoli. (Somos españoles)
- Ah! Spagnoli! Uomini "joraggiosi", belle donne, una grande terra.  (¡Ah! ¡Españoles! Hombres valientes, hermosas mujeres, una gran tierra)
- Si, non è male. (Sí, no está mal)
- Guardate, ragazzi, sempre ho voluto sapere un po su le "jorridas" (Mirad, muchachos, siempre he querido saber un poco sobre las corridas)
- Allora, cosa vuol sapere? (Bien, ¿Qué quiere saber?)
- Il toro, "juanto" pesa "juesto" animale? (El toro, ¿cuánto pesa?)
- Cinquecento kili. (Quinientos kilos)
- "Cinjuecento" "jili"!!! Ma "josa" mangia "juesta" bestia? (¡¡¡Quinientos kilos!!! Pero, ¿qué come esta bestia?)
- L'erba. (Hierba)
- Soltanto l'erba?! (¡¿Sólo hierba?!) 
- Si. 

En ese momento, Javi, se gira y dice "¿Esos son los carabinieri o la polizia?". Yo miré en la dirección en la que señalaba y dije "Carabinieri, Javi, ¡que no te enteras, tío!". Al volver la mirada, aquel hombre se había esfumado. Un tipo junto a nosotros nos dijo que era un loco famoso de Firenze, que había sido un anticuario de gran prestigio hacía cuarenta años pero que su mujer se largó con otro y le dejó frito. 

No volvimos a verle durante una semana, sin embargo, una noche antes de irnos, y mientras caminábamos hacia Oltrarno por la Via di Santa Maria, previa al Ponte Vecchio, oímos el ring ring de una bicicleta cercana, nos giramos y allí estaba aquel hombre, aquel Savonarola que parecía haberse escapado de la hoguera siglo XV y haber atravesado las centurias en aquella mugrienta y vieja bicicleta entre risotadas para estamparse en una Firenze del siglo XXI repleta de turistas tontos como nosotros. Nos adelantó, nos saludó y giró por un callejón para perderse en esas arterias diminutas y medievales florentinas. 

Para mi aquel viaje siempre tendrá dos fotografías representativas: las tardes en las escaleras de Santa Croce viendo atardecer y morir de risa a aquel sol único, con olor a olivares y viñedos cercanos; y Savonarola, el loco anticuario que, siglos atrás, había sido el monje terrible, quemado vivo, descuartizado y arrojado al Arno. Pero yo creo que se escapó para siempre de la hoguera y, seguro, estoy seguro de ello, que aún seguirá atravesando las callejuelas de Firenze a toda pastilla y charlando con turistas despistados como nosotros. Algo parecido me sucedió cuando viví en el Véneto, una noche en la gran Venexia, pero eso lo contaré más adelante. 

Cuando regresé a Firenze fue ya en el 2004, y paseé junto a Chiara y a su novio,  me pareció oír el ring ring por cada esquina. Incluso hace un año, junto a Ria, también, de vez en cuando, me daba la vuelta oyendo un timbre lejano. 

Para que pueda seguir visitando Firenze sin buscar a ese fantasma en bicicleta por sus calles, quiero lanzar al Arno esas fotos, esos recuerdos. 

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1 comentario:

Anónimo dijo...

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- Henry

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