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Un trabajo para olvidar

Resulta extraño, sobre todo después de lo ocurrido, intentar pasar página, pero supongo que esta web, en su primera parte, tiene como objeto echar tierra sobre experiencias que un servidor debería olvidar. Sin embargo, para ello es necesario el mismo ritual de siempre: evocar las imágenes, las escenas y los escenarios, las palabras, y después quemar las fotografías, o enterrar los restos, o lanzar los paquetes a algún río o lago de aguas turbias, que no dejen ver el fondo. 

Fue en el 2006. Sería Diciembre. Había rumores en la oficina donde trabajaba de cierre. Más o menos, cada uno de mis compañeros empezó a pensar en buscarse la vida por su cuenta. Jose se metió en un curso de programación avanzada o algo por el estilo para poder obtener tal o cual titulación y poder optar a un mejor puesto de trabajo en cuanto echaran el cierre; tenía talento, a pesar de ser un tipo algo hermético. Paco seguía enfrascado en su cruzada por salir del "interinismo" -que es un "ismo" que consiste en una persistente estancia en las listas de interinos de los diversos sectores públicos de un país bananero como España- y evocaba con nostalgia la posibilidad de salir del país, estamparse en Londres, un Londres liberador, fabulosa y deliciosamente postpunk; debo reconocer que coincidía plenamente con él; Paco era el genio de la oficina, un visionario. Bea ya planeaba la estrategia a seguir en caso de que la empresa hiciera tal o cual trapicheo, restara aquí y dividiera allá, y las palabras "reajuste" e "indemnización" flotaban como una maravillosa fragancia de finiquito, carretera y manta. Raquel, en cambio, pensaba que la empresa sobreviviría, se perpetuaría por generaciones enteras; en realidad, delante de nosotros siempre intentaba convencerse de que la resignación era la única salida, pero, luego, a solas, cuando llegaban las 16:30 y la oficina comenzaba a despoblarse, reconocía que esperaba que todo se solucionara; Checa se frotaba las manos pensando en su paro, en su tiempo, en lo maravilloso que sería disfrutar de su vida, sin estrés, sin transporte público, sin tarjetas que enviar aquí o allá, a tarugos de aquí o de allá ("allá" es un eufemismo para denominar  a las Canarias, en especial Vecindario) y todas las horas del mundo para ella y su can, para ella y los paseos por Madrid. Loli era la más preocupada, junto a Raquel; era comprensible: su situación era distinta, y, la verdad, era como la mamá de todos nosotros y que echaran el cierre era una putada muy grande. Vanessa ni siquiera se lo planteaba; en su mundo de 19 añitos y fines de semana no existían los monstruos del paro, del desempleo, y por eso, se entregaba, con total devoción a su atención
al cliente personalizada vallecana-chabacana deluxe (y "bes" que se transformaban en "uves" como por arte de magia, y "emes" antes de "pes" que mutaban en "enes" desafiantes)

Yo me busqué la vida. Respondí a una oferta de cierta web de trabajo. "Se necesita.... bla bla bla (digo bla bla bla porque nunca es importante el puesto que especifican estos anuncios: uno acaba desarrollando otro muy distinto) con italiano nivel alto". Me llamaron casi incontinenti. Al día siguiente ya estaba en uno de esos asquerosos buses verdes que van fuera de la ciudad -en este caso hasta San Fernando de Henares-. Caminé alrededor de veinte minutos hasta encontrar el maldito edificio; un edificio pretencioso que apestaba arrogancia por los cuatro costados. 

La entrevista fue dadaísta: el director general o gerente o jefe supremo era un hombre de unos 60 años, simpático, curtido en el duro mundo de los negocios y finanzas. Junto a él, su hijo, el heredero del vasto imperio, "super-mega majo". Me preguntaron si hablaba bien italiano. Dije que sí. Ni se molestaron en hacerme una prueba de nivel (hubiera debido añadir en mi curriculum alguna licenciatura más... no sé alguna ingeniería, quizá hubiese podido optar a algo mejor), me dieron un fuerte apretón de manos, me dijeron que esperaban que me quedara con ellos muchos años y, acto seguido, el "gran heredero" me condujo al almacén donde me presentaría al "director/jefe/responsable de almacén" (luego me daría cuenta de que todos, a nuestra manera, éramos jefes... ¿¡qué valor tenía ser responsable en esa empresa!? ¿acaso se trataba de un novedoso método para evitar las promociones y ascensos?) y a la "directora financiera" de la empresa -parecía buena persona: luego descubrí varias cosas que no me gustaron ni un pelo: del opus dei, extrema derecha, anti sindical, anticonstitucional,  cómplice del moobing y con un sentido un tanto atrofiado de la justicia-. La empresa se concentraba en la distribución de componentes de mobiliario de oficinas de unas cuantas empresas italianas. 

Dos días después, empecé. Me condujeron al despacho donde trabajaría. Me presentaron por orden a "X" -no diré nombres porque no quiero darles publicidad-, entrada en carnes, bajita, pero aparentemente simpática y, además, amiga íntima de la gerente económica; luego a "X -1", típica pija de barrio chabacano, rostro de bulldog o boxer (¡¡¡¡más tarde descubriría que tenía realmente un boxer!!!! Las mascotas se parecen a sus amos, aunque en su caso creo que, por su denodados intentos por demostrar ciertos atisbos de inteligencia, diría que era ella quien deseaba parecerse a su perro), sonrisa falsa; luego estaba "Y", cuyo apellido era tan simbólico como acertado, y, al igual que "X -1" era falso como una moneda de 7 euros, guarro (cierta dejadez higiénica cada vez que entraba en el baño). 

A las dos horas descubrí, con el sólo uso de mi oído, que algo iba mal, algo iba pero que muy mal. Resulta que utilizábamos un programa de mensajería instantánea para comunicarnos con las distintas empresas italianas; el programa en cuestión era Skype, y todos teníamos una cuenta. Sin embargo, mientras echaba un vistazo a los catálogos de varias de esas compañías, oí cómo "X" tecleaba algo rápido y paraba en seco, como si esperara algo, "X -1" aporreaba acto seguido su teclado y daba al "enter", y el gran gran druguito "Y" emitía una ligera risita caballuna de las suyas. Sospeché que chateaban sobre algo realmente chusño y divertido, sospeché que yo era el prota improvisado y que, con todo probabilidad, estarían comentando sus impresiones del nuevo compi. Pensé "es normal, es el primer día". Una carcajada que provenía del despacho de la gerente económica.

Días después la situación era ya una crisis total: iban en parejas a desayunar y me dejaban siempre más solo que la una, todos se largaban a comer juntos a un restaurante y no me decían ni mu, no me hablaban, me ignoraban, me marginaban. Eso nunca me importó demasiado. Siempre me ha gustado la tranquilidad, y siempre he sido una persona autónoma e independiente. Sin embargo, un día, el "gran Jefe" nos comunicó que "Y" se iría a otra empresa porque allí le ofrecerían mucha mucha mucha pasta, y me pidió que importara ciertos archivos del pc de este gran drugo a un pen drive y de ahí los pasara a mi pc; bueno, todos se largaron, como de costumbre a comer junto a "Y", el gran tipo, y me quedé solo en la office. Tomé el pen drive y encendí el monitor del pc de "Y". Ante mi aparecieron varias ventanas, entre ellas una conversación abierta del Skype entre X, X-1, la nietecita de Franco (la gerente), el Gran Heredero del emporio, y nuestro amiguito Y. Hablaban de mi, lo pasaban de fenómenos, decían cosas como "seguro que donde vive hay ratas", "no me gusta cómo habla", "no me gusta cómo viste", "seguro que su familia es más retrasada que él" y cosazas del estilo que este hermanito vuestro tuvo que leer hasta que los vidrios rompieron a llorar. Me escoció realmente, fue como beber lejía o echar ácido en una herida abierta. No podía comprender cómo personas que no me conocían de nada podían decir tales burradas, no sólo eso, odiarme; cómo personas desconocidas a las que nunca hice el más mínimo daño me odiaban con tanta intensidad. Incluso la croqueta pija de X-1, que sólo sabía decir en italiano "chiao", "grache" (así, como suena, en vez de "grazie"), "buonyorno" cuando hablaba con su super-mega-hiper amiguísima de la muerte de tal o cual empresa de Milán o Padova, me dijo un día: "No sé por qué te contrataron porque aquí, no necesitamos ningún traductor de italiano". Eso lo decía quien, cada 5 minutos me decía: "Por favor, Álvaro, ¿me traduces esto?" ¿Ningún traductor de italiano? ¡Claro! ¡Los contratos, los faxes, los pedidos se traducían solos! 

Hay más detalles, hay más putadas que este drugo tuvo que soportar. Pero es mejor obviarlas: tenéis imaginación, pensad y acertaréis. El caso es que no duré más que un mes y dos semanas. Le dije al viejo que me largaba, que "gracias por el exquisito trato" pero que me iba a traducir a otra parte. El viejo se quedó frito porque sólo era como un icono de la empresa: los que movían los hilos eran el heredero de oro y la gerente, y esos sabían qué había pasado. 

Recuerdo que el último día se me acercó de forma cariñosa y compensatoria la gerente y me dijo: "Si necesitas una carta de recomendación te escribo una ahora mismo". "No es necesaria, gracias", respondí. Y luego ella intentó compensar el mes y medio que pasé en aquella sucursal de Guantánamo diciéndome un muy muy emotivo "Te echaré de menos; tus traducciones eran tan originales..."

Ha llegado la hora de imaginar una maqueta a tamaño escala de aquel lugar horrible. Situarla en la cumbre de alguna montaña de basuras, tomar carrerilla y... ¡¡¡¡SBLAAAMMM!!!! que se eleve en un crescendo delicioso y termine ocupando su lugar en el mundo. No les deseo el mal, ni siquiera diré ese tópico de "la vida les dará lo que merecen" porque eso es casi casi desear el mal. Les dejaré a su propia deriva. Yo me ocuparé de mi propia existencia.

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2 comentarios:

Colectivo_antimobbing dijo...

A esa gente es para quemarla en la hoguera. Te mandamos un saludo desde un hospital de Sta. Cruz de Tenerife, vari@s enfermer@s que siguen tu blog!

Un abrazo.

montse dijo...

El penúltimo puesto de trabajo en el que estuve el dueño me amenazó con echarme si le volvía a perder una venta de 2€ de unos roñosos calcetines de media. El tipo esquiaba y hacía surf así que tal vez los necesitaba para tabaco o comer, no sé.Una gran persona. Espero que pueda seguir disfrutando de sus hobbies hasta la jubilación. O tal vez los deje mucho antes de eso.

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