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Espejos

Existe dentro de mi golobá un secreto terror. 

Entremos en un dormitorio estrecho y alargado, con dos camas individuales dispuestas bajo la ventana del mismo, que está al frente. Junto a nosotros, a nuestra izquierda un armario y un escritorio; a nuestra derecha un espejo de medio cuerpo. Sentémonos en una de las camas, con las piernas en el pasillo resultante de la separación entre ellas. Miremos la luna a través de la ventana. Es una extraña sensación: luna blanca sobre el haz de las luces anaranjadas. Sin embargo, parece que no estamos solos en esa pequeña estancia, y un escalofrío recorre nuestra espalda. Al volver la mirada hacia la puerta de la habitación podemos ver cómo, al contraluz, la silueta de alguien, poco a poco, sale del espejo y, aterrorizados, ni siquiera nuestra voz es capaz de escapar en gritos o alaridos; al acercársenos esa silueta, nuestro horror es mayor, nos es familiar, cercana: es nuestro doble, "el otro". 

Los espejos son terroríficos. Encierran algo terrible: un mundo paralelo, simultáneo, replicante. La delgada línea que nos separa de lo que hay dentro de él no es más que su propia superficie. Y su historia no es menos terrorífica que la historia "de aquí". Cortázar tenía razón: "los de aquí", "los de allí". "ON"/"OFF". Los espejos son ventanas, a través de las que, silenciosamente, "los de allí" nos observan. Esto, al menos, es lo que siempre me han parecido. Nunca he soportado los dormitorios con espejos: los lugares donde nos recogemos y somos más vulnerables, de repente parecen convertirse en salas de observación de "los de allí", "los que no duermen". Echad un vistazo a la tradición de los espejos en la cultura occidental: puertas que se abren, ojos que observan, reflejos imposibles, la vanidad de una reina malvada, o ese desafío maldito de LeBrun en Versailles, o esa leyenda urbana infumable...

Durante años he odiado los espejos, me he sentido observado como una cobaya por seres idénticos a nosotros, pero con ojos de depredadores, con esos ojos que sólo la depredación es capaz de dar a ciertos animales. Hoy ha llegado el momento de destruir todos los espejos que logre mi memoria amontonar y guardarlos en una bolsa de terciopelo azul marino y lanzarlos, finalmente, a un Danubio que, poco a poco, comienza a llenarse con mis manías y fantasmas.

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