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Una promesa de felicidad

Guy Debord, gran amante del vino de Jumilla, de la provocación y de la irreverencia, de dejar caer la ceniza de su habano sobre alfombras persas de ricos riquísimos, nos dejó una frase con tufillo petit burgois pero concluyente: "el arte fue una promesa de bonheur". Esto es extrapolable a la vida; parece como si, en algunos momentos, estuviéramos desaparecidos, secuestrados, como el arte, como decía el bueno de Guy. Menos mal, en la mayoría de los casos, son, tan sólo, algunos momentos de total ausencia, y un "algo" gigantesco, neutro, inexistente pero muy real, como un helado ciclópeo de Nada nos absorbiera y anulara nuestra existencia durante unos minutos, o unas horas o, en mi caso, durante días.

Fue en verano. Año 2001. Mi madre disfrutaba de sus días de esparcimiento en Segovia, junto a mis abuelos, y, como de costumbre, me había quedado solo en casa. Era un sábado caluroso, asquerosamente cálido y pegajoso de Agosto. Había quedado con los y las habituales. Phobia primero, a eso de las 19 horas, y Dark Hole un par de horillas después. Supongo que, en un local de pachangueo, de un bisbalismo ridículo y tirabuzoneado no me hubiera sucedido lo mismo.

Al llegar al Phobia me di cuenta de algo desasosegante: habían puesto a un gorila; era majete, pero era un gorila, y eso, más allá de las implicaciones pseudomorales, me jodía; porque, vamos a ver, ¿acaso no era uno de los encantos -si es que tenía alguno más además de este- de esa caverna la total ausencia de violencia? Bueno, en fin, empujé las puertas abatibles y me planté dentro de aquel negruzco lugar. Allí no estaba ni Perri; a excepción de un cuervajo super-mega-hiper-gótico-de-la-muerte-fashion-(-of-course-) y su novia-a-la-que-encantaría-ser-mordida-por-un-vampiro-en-alguna-historieta-sobre-la-profundidad-del-corazón, y Ronie -el receptáculo divino de todo cuelgue posible-, yo me encontraba solo. Pregunté a Alfonso -el dueño de aquellos metros cuadrados- y me comentó algo de... y algo más sobre... ¡¿Qué queréis que os diga?! Con aquel ruido infernal de Star Industry y grupúsculos del género no podía oír ni mis pensamientos, pero por su cara, que era una extraordinaria fusión de Sabina, Pérez Reverte y Carmelo Gómez,  estoy seguro de que algo sucedía.

Tomé un sorbito y a la calle, en dirección al Dark Hole. Llegué a Mesonero Romanos a eso de las 20:30 y, obviamente, con la entrada al santuario del postpunk -cuya sesión comenzaba nada más abrir el garito y terminaba en cuanto comenzaba a acudir la "jet" siniestrilla (o sea, los que van de "siniestros de toda la vida", o los que se autoproclaman salvaguardas de una cultura oscura y malolientemente vampírica, o, finalmente, los que suspiran, blep blep, por un mordisquito made in nosferatu; snobs estúpidos de palabras rimbombantes que ni siquiera tienen sentido)- frente a mi, mi imaginación me llevó a pensar que, tal vez, Fernando, Rubén , Álvaro, César y los demás estarían por allí. Entré, después de pagar los 5 eurillos de rigor -que incluían consumición- y me dispuse a pasar dos horas de sesión afterpunk a tope. Bajé aquella escalinata arrogante y pretenciosa y me interné en las cavidades intestinales del garito. A la derecha, la gran pantalla sobre la que estaban proyectando imaginativos y vanguardistas videos de The Fall, UK Decay, Joy Division y, algún que otro, fragmento escapado de Fields of the Nephilim, y delante de mi, las vacías mesitas para parejas que, deliberadamente saboteábamos y ocupábamos con desenfado. No había nadie; sólo un par de personas en la barra que charlaban o hacían que charlaban -era imposible mantener ninguna conversación coherente a esas horas con la música estampándose contra nuestras cabezas- y un tipo que siempre estaba cuando abrían el local.

Bueno, no estaban los muchachos; así que decidí esperar. Tomé mi clásico con tres hielos y luego otro más. La cueva comenzaba ya a aglomerarse. ¿Qué les habría ocurrido? Bueno, reconozco que aquella soledad no me disgustó demasiado; después de una soporífera semana estival, un poco de soledad no me vendría nada mal. Pensando en lo bien que se estaba sentado solo en aquel antro, una chica se sentó junto a mi. Al cabo de media hora decidió, finalmente, romper la barrera.

- Hola, me llamo Sonia.
- Enhorabuena -respondí como un gilipollas, borde y asquerosamente sibarita.
- ¿Vienes mucho por aquí? -preguntó haciendo acopio de fuerza de voluntad y simpatía, al menos suficientes para no darme un tortazo por mi respuesta impertinente.
- Pago un alquiler por esta mesa -le dije sin quitar la mirada de la pantalla donde proyectaban un fragmento de "Das kabinet des Dr. Caligari", expresionismo Robert Wiene y tal.
- O sea, vienes muy a menudo.

Quizá fue esa insistencia o, tal vez, sentí cierta lástima porque ella intentaba mantener una conversación y, a pesar de que intentaba autoconvencerme de lo bien que estaba solo, en realidad, estaba jodido porque me habían dado un plantón de órdago, pero el caso es que decidí prestarle atención a mi contertulia.

- Sí. Este lugar es lo único que me interesa de la noche madrileña.
- ¿No vas a otros lugares?
- ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Por quién?
- No lo sé; ¿no te interesa conocer gente?
- ¿Bromeas? Aquí conozco a un montón de gente. Mira, por ejemplo, ¿ves a ese tipo de ahí? Se llama Eduardo, y su novia se llama "No-sé-quién" y...
- ¿Ella se llama "No-sé-quién"?
- No, pero entiéndeme, cuando me la presentó Edu, no oí su nombre y, como cada vez que llego, directamente me saludan y pasan a la conversación pura y dura, no me acuerdo nunca de preguntarle el nombre; aún así, imagino, por su cara, que se llamará Laura o Clara o Noelia.
- ¿Por qué?
- No lo sé, pero tiene cara de llamarse así, ¿no?
- Sí, supongo que sí -ella sonrió.

Sucedió el milagro; pasé de ser un impertinente a disfrutar de la compañía. Hablamos de muchas cosas y, después, decidimos ir al Pirámide. No me gustaba tanto, pero, al menos, uno podía sentarse allí o recostarse sobre los cojines gigantes del suelo mientras la golosa horrible de Nick Cave arañaba las paredes y le daba a uno dolor de cabeza.

Salimos de la caverna postpunk justo cuando a nuestras espaldas comenzaba la sesión de industrial alemán y aquellos salvajes rapados con pantalones militares y máscaras antigas bailaban desaforadamente en la pista -tiempo después, algunos de ellos crearían un grupo, Dyoxide, que ganaría pasta a expuertas sobre todo en el mercado centroeuropeo y americano-. En la calle un golpe de humedad nos recibió con los brazos abiertos. Ella me besó -contra todo pronóstico- y yo me dejé besar, claro; eran malos tiempos para el amor, drugos hermanos, y un poco de aquel calor de labios, de viejo intercambio de salivas, de unodós de lenguas extrañas en bocas distintas, venía de perlas. Después, nos separamos y nos miramos; ella sonreía, divertida. Supongo que adivinaba en mi rostro la sorpresa y mi cara, precisamente, debió de ser bastante elocuente. Permanecimos un par de minutos mirándonos, estudiándonos; no como enamorados, o como posibles amantes, sino, más bien, como quienes se escrutan y se descubren lentamente; por primera vez, lejos de la oscuridad del antro, observé sus facciones: suaves, pómulos alzados, ojos de color miel, tez clara, cabellos de tono castaño oscuro, labios bien definidos y carnosos -sin excederse-, cuerpo bien proporcionado, y pensé para mis adentros: "creo que podría enamorarme de esta mujer". No sé qué debió pensar ella en aquel momento pero, sonrió de nuevo, y ahí terminó el silencio.

Caminamos  hacia Sol, cruzando la Gran Vía por el paso de peatones de Callao; bajamos por la calle del Carmen y atravesamos la Puerta del Sol en dirección a Huertas. Ella me tomó la mano a la altura del Parnasillo del Príncipe; debo reconocer que esto me desconcertó un poco. Pocos minutos después directamente me había tomado el brazo y se acurrucaba cariñosamente sobre mi hombro.

Una vez en el Pirámide hablamos de muchas cosas y descubrí algunos datos de carácter biográfico: era asturiana, estudiaba en Santiago de Compostela y había venido a ver a una amiga que habitaba en aquella Madrid fría -sociológica y urbanamente hablando, claro- y gris. Nos besamos tanto que mis labios parecían latir por si mismos, síntoma de que se hincharían. Un par de horas después, cuando cerraron el local y estaban a punto de abrir Atocha Renfe, nos separamos, nos despedimos, bye bye, do vdjenja...

El retorno a casa fue fantástico; pensé que había encontrado a una mujer excepcional... Sin embargo, al abrir con la llave la puerta de casa, algo hizo "clic" en mi mente: "¡Joder, Álvaro! ¡Has olvidado pedirle su teléfono o su e mail!"

Reconozco que esa noche condicionó aquel verano. Estuve ligeramente deprimido -o deprimido totalmente, como sabréis los que me conocéis bien- hasta que comenzaron las clases en octubre; cada fin de semana acudía al DH con la esperanza de volver a verla y pedirle el teléfono o darle el mío, o, al menos, sufrir algún tipo de "No me acuerdo de ti" o del clásico, aunque no menos notable, "no quiero volver a verte en mi vida", pero nada; todo en balde.

Debord tenía razón. Todo fue una promesa de bonheur. Aquella noche parecía como si hubiese sido pensada, diseñada para desaparecer, para hacer como si nunca hubiera existido, como si nunca hubiera quedado con los muchachos en el Phobia a las 19, como si jamás hubiese conocido a aquella tal Sonia, ni nos hubiésemos dejado caer, entre húmedos besos, en el Pirámide... De nuevo, en la soledad, esta vez de casa, me di cuenta de que había llegado exactamente con lo que me había ido y había vivido algo que parecía que nunca existió realmente. 



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9 comentarios:

Lorenzo Garrido dijo...

Me está gustando mucho esta historia. Pero tengo dificultades para leerla, me cansa la vista. Yo, que soy miope, noto estos detalles a los cinco minutos. Seguiré leyendo...

montse dijo...

Es la perfección de algo no consumado.

Alvaro dijo...

Bueno, Jo, yo cambiaría el diseño del blog para mejorar la legibilidad del mismo, pero... ¿realmente crees que cambiaré ese negro-amarillo tan achtüng-verbotten por alguna mezcla distinta del tres al cuarto? Jajaja -risa a lo Jean-Maria Volontè-.

Montse, el destino tiene este tipo de tortazos invisibles. Sin ellos, ¿cómo hubiera podido avanzar? Y, de haberlo hecho, ¿por qué caminos? ¿me hubiera topado con Annamaria transitando por ellos? En fin, es la "bendición" de algo no consumado; aunque, en aquellos momentos, si te soy sincero, no pensaba tanto en la consumación de ese "algo" sino en algo más sencillo como un haber podido quedar para tomar un café o algo por el estilo; ten en cuenta que mi yo de aquella época era un poco misántropo y, de vez en cuando, echaba de menos una "amiga" para charlar.

montse dijo...

El algo puede ser lo que quieras, que si no lo tienes, siempre va a ser perfecto. Porque lo que tienes acaba cambiando y a veces lo aborreces, o tal vez siempre ha sido así pero te ha hecho falta tiempo para verlo. Y respecto a ese tipo de tortazos llevo tres a cuestas y el último me está jodiendo viva; porque sé perfectamente cómo y dónde tengo que estar, pero eso no significa que lo desee. Y llevo meses dándome explicaciones a mí misma, tratando de quitarle hierro a la cosa, porque es que además no me puedo creer que me esté sintiendo así. Ahora mismo lo que más tiempo ocupa mi cabeza no lo voy a tener nunca. Pero deséame suerte: mañana tengo una entrevista de trabajo y espero que me cojan para poder estar ocupada en algo lo suficiente como para vaciar el pensamiento.

Alvaro dijo...

¡Suerte!

Lorenzo Garrido dijo...

Si al menos suprimieras los destellos blancos del fondo y que los renglones estuvieran más separados. ¡Ay, señor, lo que tenemos que soportar los miopes! Está claro que internet no piensa en nosotros, somos los inválidos de la red.

Lorenzo Garrido dijo...

Suerte con esa entrevista, Montse. Cruzo los dedos.

montse dijo...

Gracias a los dos. No fue mal. En principio pueden llamarme para pasar un día de prueba durante estos días o el mes que viene. Por lo menos no ha sido un no inmediato y todavía está en el aire la oportunidad. Ojalá todo en la vida fuera tan sencillo.

Alvaro dijo...

Me alegro, Montse. Espero que finalmente te contraten. Un saludo!

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