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Arte y Locura.

El pasado jueves, como de costumbre, hablé por teléfono con el clan. No recuerdo bien cómo ni a cuento de qué, pero salió a colación, mientras crichaba un poco con mi abuelo, el tema de los locos, de la locura. 

Hace 11 años, en el volumen adjunto a los impresos de matriculación de la UCM correspondiente a los listados de asignaturas disponibles para las distintas licenciaturas de la opción D, uno podía encontrar por cuatro jugosos créditos la asignatura cuyo enunciado rezaba "Arte y Locura". Sin embargo, esta entrada no va de esa asignatura, ni de rollos universitarios. De refilón, tal vez, como el roce inofensivo y cariñoso de un tiburón blanco a un bañista. 

Lo primero, me desharé del roce cuanto antes para que aquel antro de perversión -la universidad, la universidad, ¡que os lo tengo que dar mascado!- no nos moleste más a lo largo de la narración. Yo estudiaba inocente y estúpidamente un más que deprimente 2º de Hª del Hambre. Ya está, este es el roce con el tinglado universitario; no habrá más referencias a él a lo largo de la entrada.

Era una tarde de viernes; después de comer, me eché una siestecita. A las 18 horas había quedado en la estación de tren de C. -omitiré nombres para preservar la dignidad de ciertas localizaciones, instituciones y personas-; la verdad es que había estado ya un par de veces antes, y debo decir, que me parecía un núcleo urbano sin ton ni son, de esos que están repartidos, sin ton ni son, a lo largo y ancho del territorio nacional y, especialmente, de la comunidad autónoma (¿autónoma? ¿pero no piden pasta anual al estado? ¿qué autonomía e independencia es esa? ¡Así cualquiera! ¡jo, jo, jo!) de Madrid. Me esperaba A. y los chicos estaban en casa de R., esperándonos, para ir a tomarnos unas rubitas con limón bien frescas a la plaza del pueblo.

Pasión por el baile.No habíamos dado dos pasos cuando un tipo de cuarenta y tantos, medio calvo, muy delgado, con pijama y babuchas, cruzó la calle delante de nosotros, agarró el poste de una señal de tráfico y dio una vueltecita a lo Gene Kelly, "Un americano en París", etcétera. Como vi que A. no le daba demasiada importancia, ni siquiera pregunté, seguimos adelante.

Concentración. Uno o dos minutos después, enfilando una calle de viviendas no demasiado altas, en un capilar urbano ensombrecido, un muchacho joven, ataviado con bata realizaba un extraño ejercicio: junto a un Peugeot familiar, flexionaba ligeramente sus rodillas, abría sus brazos para abarcar cajas imaginarias y las apilaba sobre la, también imaginaria, baca del coche; pasamos junto a él, pero esa labor le absorbía totalmente y no prestaba atención a nada más. Evidentemente, comenté a A. que aquello no era muy normal, que, en las praderas de donde yo venía no se veían cosas así muy a menudo -no, al menos, sin un pitufillo y su patrullero ronroneante cerca-, pero él hizo una mueca, "¡Boh!", y, en ausencia total de mayores explicaciones, decidí no prestar más atención a la fauna autóctona.

"Disculpe, ¿Dr...?" Llegamos finalmente a la casa de R... cuyo portal estaba situado justo frente al portón de ingreso al psiquiátrico y sus jardines. Un hombre bien parecido de treinta y tantos, con un buen corte de pelo y barba muy bien rasurada, ataviado con una bata blanca y un estetoscopio, permanecía sonriente y afable junto a aquel murete. Yo pensé "¡Caray! Es normal que el hombre haya salido a fumar: ser doctor aquí debe de ser duro". Y, bueno, entramos en casa de mi drugo; allí los muchachones escuchamos música, picamos algún pinchito de tortilla y charlamos un poco de todo; tres horas después decidimos ir a la plaza del pueblo a tomarnos una cervecita con limón. Una hora y media después salimos de aquel portal y, aún estaba allí aquel tipo de la bata, dando la mano y diciendo pequeñas frases a todo aquel que pasaba a su lado.

- Oye, R., ¿aquel tipo quién es?
- ¡Bah! No te preocupes...
- ¿"No te preocupes"? ¿Debería preocuparme?
- No, no... Es un tipo que se cree doctor, y cada vez que alguien pasa junto a él le recomienda tomar 10 ml de esto, 50 ml de esto otro...

Volví mi mirada hacia aquel hombre y, a pesar de la locura, de estar más ido que la nave Sputnik, poseía una dignidad admirable, y, también debo decir, que pocos locos deben sufrir locura tan elegante como aquel hombre que sonreía sincera y amablemente a todos.

De safari por la plaza

- ¿Qué van a tomar? -preguntó el camarero desaliñado y con ganas inmensas de ser gracioso, sin serlo.
- Dos cervezas con limón y tres tercios.
- ¿Caña o jarra?
- Hemos pedido dos cervezas con limón.
- Sí, lo sé... -y adoptando el tradicional tono de confrontación directa tan típico de la hostelería y restauración española- Pero es que puede ser o una caña con limón o una jarra con limón.

Todos mirábamos ensimismados a este camarero, escuchando su discurso de sangre rubia y fría... Y, aunque sienta que, tal vez, no debiera confesarlo, esperábamos la respuesta inminente de R, aka C, que solía tener salidas originales para esta tipología de titsos de baja calidad.

- ¿Ah, sí, querido? Bueno, tal vez en el Club Napoleón de Montecarlo uno tenga que especificar tanto, pero, a falta de unas normas medianamente civilizadas en la chabacana cultura hostelera española, una cerveza es un botellín o un botijo, como dicen en mi pueblo (que es este), un tercio es un tercio, y una caña es una caña. O sea que, si su jefe no es Chomsky, creo que una cerveza con limón es un botellín de cerveza o equivalente con limón y se suele plantar en una mesa en copa, a ser posible, ligeramente escarchada. 

El tipo de grasiento mandil -antes blanco y ahora como un lienzo de Kandinsky- hizo una mueca de "menudo payaso" sin haber caído en que, antes que nadie, él lo había sido, y mucho. Y fue justo cuando nos disponíamos a oír la réplica absurda, a lo Pimpinela, cuando una pareja de fornidos chelovecos corrían detrás de un hombre desnudo que atravesaba diagonalmente la plaza causando asombro y admiración en todos los que allí estábamos. 

De vuelta a casa.

Aquella noche, regresé de madrugada a casa. Serían las 4 o 4:30. Como no podía dormir, encendí la lámpara del bureau de mi habitación y me puse a leer un volumen sobre Géricault, el pintor de caballos, Byrón  de Francia (sí, con acento en la "o", porque Byron, nunca fue "Bairon", sino "Byron", o como le gustaba al lord cadáver en Missolonghi, y según el blasón familiar "Byrón"). En ese volumen, de Honour, se hablaba de mucha locura, y de muchos locos; de cómo Géricault realizó una serie de retratos de locos de su época y de cómo, a pesar de la enfermedad, la mayoría de ellos, parecían poseer una dignidad de la que el resto de la población sumida en sus devaneos rutinarios de consumo, sibaritismo y falsedad, estaba desprovista; no pude por menos que pensar en los seres extraños que había visto la tarde anterior. Y aún hoy recuerdo con cariño a aquel hombre que, cuando dejábamos atrás la plaza para allegarnos a la estación de tren y embarcarnos en otra noche de guateque postpunk, me dio la mano tres o cuatro veces, presentándose cada una de ellas de la forma más completa y distinguida que jamás he visto. 

Hoy va todo de coger esos recuerdos de la quijotera y agitarlos bien para ver si, con un poco de suerte, se asientan en algún rincón recóndito del cerebro y tardan otros 11 años en salir.

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4 comentarios:

Raúl Campos dijo...

Supongo que Hª del Hambre te refieres a Hª del Arte, ¿no? Je, je… Arte y locura… Yo estudié lo mismo en Salamanca y no recuerdo tener una asignatura de nombre tan sugerente, aunque sí recuerdo algunos profesores que podrían haber encajado su cátedra con ese enunciado, porque impartían clases de cualquier cosa excepto de lo que se suponía que iba la asignatura. Qué recuerdos!

(Menos mal que iba a ser de refilón. Sorry!)

Alvaro dijo...

"Arte y locura" fue, en el mejor de los casos, como una estrella fugaz en el firmamento de ese tinglado universitario de las asignaturas de Libre Configuración, que uno cogía sin ton ni son, y que, obviamente, con tanta alegría, al final te sobraban créditos por todos los lados. La asignatura en cuestión pertenecía a la licenciatura de Filosofía y, particularmente, al Dpto. de Estética; era un petardo de asignatura, pero al menos era un petardo; otras asignaturas, directamente, eran harina de otro costal...por no decir otra cosa.

¿En Salamanca? Tú eres un tío con suerte. Un saludo!

Raúl Campos dijo...

Sí, mucha suerte. Mucha.

Yo recuerdo una asignatura de libre configuración que era, literalmente, Instalación y Mantenimiento de Sistemas de Calefacción. Te lo juro. Je, je… Te sigo leyendo de cuando en cuando, majo.

Alvaro dijo...

¡Caray! ¿Mantenimiento de calefacciones? ¿Lo ves, Raúl? ¿Ves cómo era realmente Hª del Hambre? De lo contrario no hubieran ofertado asignaturas tan pragmáticas, aunque fueran de libre configuración: a vosotros para que pudiérais encontrar un medio de manutención alternativa -porque lo de las conferencias sobre Deráin, y las viudas ricas con ligueros de pedrería buscando jovencitos historiadores del Arte para tasar colección privada de lencería del XIX,... eran milongas-, y a nosotros para que no nos extrañara si un día enloquecíamos.

Gracias por leerme, Raúl. Por cierto, si te interesa: algunos profesores de "Hambre" que tuve fueron: Marga Bru Romo, Jesús María Caamaño Martínez (una enciclopedia del arte paleocristiano), Alfonso Emilio Pérez Sánchez (que la palmó este verano pasado), Momplet Mínguez (que era una mezcla de Orson Welles y el Cid Campeador -el verdadero, no Charlton Heston-, o sea, metro y medio y piernas arqueadas todo ello con barba y mofletillos), Ángel González García, etecé, etecé.

Un abrazo!

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