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Sinestesia

Hoy toca meter el dedo en la llaga, extraer la bala puta y sostenerla entre las yemas de nuestros tentáculos y exclamar: "¡Hay que joderse!". Tenemos que volver a meternos en la maldita cápsula que nos mande de un puntapié cósmico al pasado, a una atmósfera reconocible, pero lejana. 

Padezco una secreta enfermedad, o un don secreto, o, en palabras de Stan Lee, "un gran poder". Soy sinestésico. ¿Qué es eso? Bien, todos lo somos hasta una edad. De repente, dejamos de serlo. Pero una persona de cada mil, o un Álvaro de entre mil personas, padece o sufre o disfruta de este "ismo". ¿En qué consiste? Consiste en asociar sentidos dispares y sensaciones dispares con palabras, números, lugares... Parece sencillo, e, incluso, muchos de vosotros diréis: "Eh, yo también, entonces, soy sinestésico"; parece sencillo, repito, hasta que llega un "alien" como yo que te dice "el cinco es de color púrpura", o "la palabra 'anís' es el ruido de una gota que cae desde el grifo de la bañera", y entonces toca alucinar pepinillo. 

Yo reconozco que he llegado a sacarle partido para mi propio provecho: para mis exámenes bastante creativos del instituto, para mi mano que escribe, para alguna que otra fiesta de erasmus -en la que poder ser el más IN en un continuo knockOUT- o para mis primeros escarceos adolescentes y testosterosos. Sin embargo, reconozco que, poco a poco, para mi y mis hermanos sinestésicos y sinestesiados, queda muy poco espacio en un mundo en el que no existe resquicio alguno de creatividad al poder, belleza o muerte, o lemas por lo demás un tanto cursis, pero dentro de los que uno podía desarrollar todo su potencial de asociaciones creativas, y desarrollarse -¿por qué no decirlo?-. 

Hundiendo los dedos en la herida podemos extraer fabulosas sinestesias de mi pasado. Podré escuchar mil veces Carmina Burana que nunca me gustará, y sólo será asequible, tragable, asimilable si arropa en una cabalgada triunfal a aquel maravilloso King Arthur de Boorman (John, el director; no Martin, el nazi), recuperando el terreno perdido con el tiempo, haciendo reverdecer los campos de Inglaterra y acudiendo sin temor en su corazón al encuentro con su hijo, Mordred, el maldito.

Tampoco puedo evitar, al escuchar el Andante Grazioso de la Sonata nº11 de Mozart, recordar aquel magnífico ex marine y veterano de Vietnam que, en una calurosa tarde de Julio, en los campos de Kansas, deja su cinturón de herramientas, baja del poste de televisión por cable y se encuentra con lo desconocido, con lo inexplicable, con el grupo de tres luces que vuelan a velocidad imposible a ras de tierra para luego lanzarse al espacio, al buio infinito.

Si presionáis un poco por aquí y por allá, encontraréis a un profesor de EGB que tuve: Don Tomás; él nos habló de ciencias naturales y, en mi quijotera oír "Don Tomás" era ver color verde, y su voz, durante mucho tiempo, hacía que se me viniera de golpe a la mente, no me preguntéis por qué, un termómetro. Asimismo, en el instituto, Marta, de la que ya os hablé y que tenía unos labios fríos como una encimera de granito, era el color rosa pálido y la sirena de un coche de bomberos; por contra, en la universidad, mi amiga Ana era el color naranja; Ruth era el número 7; Javi era el rey blanco de un tablero de ajedrez; Detri, era el ámbar... Mi primo David era un azul celeste; mi abuelo era de un negro brillante como el lomo de un caballo bien acicalado, un cofre de talla bizantina en marfil o el número 10, como Michel, el gran Platini, héroe de la infancia y del calcio fantasia; mi abuela era de un color indefinido, a mitad de camino entre un naranja rosáceo y un rosa anaranjado, una alegre cervatilla o el número 4; mi madre fue siempre azul marino, o una falda blanca y amplia de lino, un hada buena o el número 9 -"te quiero 9000", le decía yo, con cuatro o cinco años, pensando que aquella cantidad era la más grande del universo; luego llegó el conocimiento (inútil) y me enseñó el maldito e insípido número infinito-... Y Ria fue siempre el púrpura de las emperatrices, el magnífico aroma de los Alpes en Cortina D'Ampezzo o el sabor de la crema francesa.

Una vez extraída esa bala, observémosla bien y, en vez de tirarla, hagamos algo mejor: metámosla en una burbuja de cristal, como un trofeo, para volver a mirarla cada cierto tiempo y no olvidar nunca que las cosas no siempre fueron así, como son ahora, o como son desde este punto de vista, o como son desde este ángulo de la habitación y que, debo de sentirme afortunado por padecer, sufrir o deleitarme con esta enfermedad, dolencia o don... Ya lo dijo el viejo Stan: "Un gran poder... conlleva una gran responsabilidad"

7 comentarios:

montse dijo...

Este me ha encantado.

Alvaro dijo...

Gracias, Montse. ¿Qué tal todo?

montse dijo...

Algo mejor en unos aspectos. Fantástico en otros. Igual en algunos... Esta tarde me han hecho un regalo. ¿Cómo está el abuelo de Ria? O mejor, ¿cómo estáis?

Alvaro dijo...

Estamos bien. Un poco estresados por el trabajo, pero bueno, es la época. Me alegro sinceramente de que todo vaya mucho mejor, Montse. Un abrazo.

montse dijo...

Gracias.

Alvaro dijo...

Hoy, por ejemplo la primavera ha sido el número 77 que, invariablemente, es de color cerúleo y huele a lavanda. No sé por qué.

montse dijo...

Acabo de ver tu último comentario aquí porque volvía para pedirte permiso para llevarme este "Sinestesia" a mi sección Deja tu huella de mi blog. Estoy haciendo una especie de Caja de los tesoros y ahí intento reunir las cosas que me gustan mucho. A mí me gusta el 7 pero no le encuentro el sentido sinestésico. Pero el nombre Arturo siempre lo he relacionado con la palabra atún. También quiero coger algo tuyo del Coffee. Cuando me des tu parecer a favor o en contra.

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